Tras el éxito tan rotundo de la manifestación organizada por el movimiento 15-M, Democracia Real Ya y los cientos de muchachos acampados en la Plaza del Pilar en estas últimas semanas, se ha puesto de manifiesto que nuestro sistema político precisa de cambios radicales en su funcionamiento y, en particular, en las relaciones entre los políticos y los ciudadanos.
Da la impresión (y éste es uno de los motivos del surgimiento del movimiento del 15-M) que la distancia entre los representantes públicos y sus electores se ha acrecentado de modo alarmante tras el inicio de la crisis económica, pues mientras en muy amplios sectores sociales se ha venido produciendo un deterioro espectacular de las condiciones de vida (con millones de ciudadanos en el desempleo, cientos de miles desahuciados por no poder pagar las hipotecas…), la clase política no ha reaccionado ante esta situación.
Al contrario, los políticos han continuado actuando “como si nada”; es decir, convencidos muchos de ellos (y transmitiendo este mensaje erróneo a la ciudadanía) de que la brutal crisis económica tiene un origen externo a España y por tanto que sus soluciones también nos vendrían del exterior.
Sin embargo, y aunque es cierta la influencia internacional en nuestra crisis, en una economía actual globalizada, se está comprobando que los factores propios de nuestro país han ahondado si cabe todavía más esta situación económica, y ello exigía sin duda decisiones rápidas y adoptadas en su momento, adaptadas a nuestras peculiaridades.
Pero nada de esto se ha hecho, ni en el Estado ni en las distintas Comunidades Autónomas, y de ahí la enorme desafección que existe hoy de los ciudadanos hacia sus políticos, y la situación de enorme descontento y de irritación (y de “indignación”, porque el término es muy oportuno y correcto en el movimiento de los “indignados”) es el resultado de la falta de reacción de los políticos ante la situación actual.
Frente a ello, los ciudadanos están reclamando con vigor estos días en toda España, y también en Aragón, una nueva forma de hacer política, y una reforma profunda de nuestro sistema político vigente en los últimos 30 años.
Para acercar más a la ciudadanía a sus instituciones sería preciso modificar el sistema electoral, introduciendo un sistema de elección por distritos de los diputados y senadores (por barrios), con listas abiertas y con un sistema de elecciones primarias obligatorio en absolutamente todos los partidos políticos, cuya estructura y funcionamiento deberán cambiar profundamente.
También es preciso aumentar notablemente la transparencia de nuestras instituciones, con la instauración de más y mejores instrumentos de control sobre la corrupción y sobre la actuación de los cargos públicos, con una Cámara de Cuentas con muchos más medios y funciones, un sistema de declaración de bienes e intereses de los cargos públicos, y un reforzamiento notable de los demás instrumentos de control sobre el dinero público y su destino (en los contratos, subvenciones, selección del personal, y tantos otros campos).
Quien les habla ha tenido ocasión en las últimas semanas de conocer directamente el movimiento aragonés del 15-M, y puedo asegurarles que estos cientos de muchachos, apoyados por ciudadanos de todas las edades y condiciones, han devuelto a nuestra sociedad la esperanza y la ilusión, y nos han devuelto la confianza en que es posible otro sistema político y económico, donde los representantes públicos rindan cuentas ante sus ciudadanos (como sucede en los países escandinavos y del norte) y donde la riqueza (y ahora los costes de la crisis) se distribuyan de un modo mucho más justo y equitativo entre todos los sectores sociales afectados, reduciendo las injusticias sociales que están aumentando en estos últimos años.
Mientras no se corrija toda esta situación, continuaremos siendo indignados y solicitando cambios profundos en nuestro sistema político y económico.